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Maní, 1562: el día en que el mundo terminó

Guido Donati* 07 Lug 2025

 


El crepúsculo se posaba pesado sobre Maní ese día, pero no era el crepúsculo de la tarde, sino el de la desesperación. Nuestras manos, antaño hábiles en trazar los glifos sagrados sobre las hojas de amate, ahora temblaban, apretadas una contra otra, impotentes. Yo, Ah Kin Xoc, el más anciano entre los escribas, aquel que había dedicado su larga vida a custodiar la memoria de nuestro pueblo, sentía el corazón desmoronarse en mi pecho.

Habíamos sido reunidos, nosotros y nuestros preciosos libros, en el centro de la plaza. Los soldados, con sus armaduras relucientes y sus rostros duros, se movían entre nosotros como buitres, guiados por Fray Diego, el hombre de la túnica oscura y los ojos que ardían con una fe que no comprendíamos. No había razón en sus acciones, solo una furia ciega que llamaban "voluntad divina".

Recuerdo el susurro de los pasos pesados que se acercaban a nuestros estantes, donde reposaban siglos de saber. Los códices, nuestros amados libros, estaban allí: el Chilam Balam que narraba las profecías, el Popol Vuh que contaba la creación, los almanaques que revelaban los ciclos celestes, las historias de nuestros ancestros, las fórmulas para invocar la lluvia, las medicinas para curar a los enfermos. Cada página estaba impregnada del sudor de nuestra gente, del genio de nuestros sabios, del aliento de nuestros dioses.

Luego, el horror. Con la brutalidad de quien no ve valor, solo pecado, agarraron nuestros libros. No los hojearon, no intentaron entender. Los arrancaron de los estantes, los amontonaron en una pila informe en el centro de la plaza. Cada códice que caía era un grito ahogado en nuestras gargantas. Veía a los jóvenes escribas, a mis alumnos, con los ojos desorbitados, los labios temblorosos, incapaces de moverse.

Fray Diego, con un gesto decidido, dio la orden. Una llama, pequeña y temblorosa al principio, se elevó del montón. Luego, un rugido. Las llamas se abalanzaron sobre nuestros ancestros, sobre nuestras estrellas, sobre nuestras oraciones. El humo acre se elevó, denso, llevándose consigo no solo el papel y los pigmentos, sino también el alma de nuestro mundo.

Las lágrimas caían copiosas sobre nuestros rostros, mezclándose con el humo y la ceniza que el viento nos devolvía. No eran solo lágrimas de dolor, sino de una amargura profunda, un sabor a fin. Veía a mis compañeros, los rostros contorsionados por el llanto, las manos que se apretaban al pecho como queriendo retener lo que se desvanecía. El sonido de las llamas crepitando era el lamento de nuestro saber que moría, el grito sofocado de una civilización que era reducida a cenizas.

"¿Por qué?", susurraba un joven escriba, la voz quebrada, mientras las llamas devoraban un códice que había copiado con tanto esmero. "¿Por qué tanta destrucción?"

No había respuesta. Solo el calor insoportable de la hoguera, el olor a quemado que se adhería a la ropa y al alma, y la conciencia de que, en aquel día, el hilo sutil que nos unía a nuestro pasado había sido roto con violencia. Ya no tendríamos las palabras de nuestros ancestros, solo el recuerdo desvanecido de un fuego que lo había consumido todo. Y en ese recuerdo, una amargura que nunca más nos abandonaría.


Fray Diego de Landa: el inquisidor y la paradoja del conocimiento Maya


Fray Diego de Landa: Un Jano Bifronte de la Colonización Española
Fray Diego de Landa (1524-1579), misionero franciscano español, es una de las figuras más controvertidas de la colonización de las Américas. Símbolo de la destrucción cultural, es paradójicamente también una fuente crucial para comprender lo que él mismo contribuyó a aniquilar.

Animado por un ferviente celo religioso y el deseo de convertir a los indígenas, de Landa llegó a Yucatán en 1549, en plena época de brutal sometimiento de los mayas. Su misión era extirpar las prácticas religiosas nativas, consideradas "idolátricas y demoníacas". El 12 de julio de 1562, en lo que pasó a la historia como el Auto de Fe de Maní, de Landa ordenó la destrucción de casi todos los preciosos códices mayas, textos inestimables que encerraban la historia, la ciencia, la religión y la cultura de esta avanzada civilización. Sus motivaciones estaban arraigadas en la mentalidad inquisitorial de la época: creía que era su deber salvar las almas de los mayas del "paganismo", sin comprender la complejidad de su cultura y viendo cada manifestación no conforme a sus dictados como una amenaza.

El daño irreparable para la humanidad
El Auto de Fe de Maní es considerado una de las mayores tragedias culturales de la historia, con consecuencias irreversibles:

Pérdida Irreparable de Conocimiento: La destrucción de casi todos los códices mayas (solo sobreviven 3 o 4) significó la pérdida casi total del patrimonio escrito de una civilización sofisticada. Estos códices contenían detalles sobre:

Historia: genealogías de soberanos, crónicas políticas y militares.

Ciencia: observaciones astronómicas precisas, complejos cálculos calendáricos y conocimientos matemáticos avanzados.

Religión y mitología: textos sagrados, mitos de la creación, rituales y profecías.

Otros saberes: información sobre prácticas médicas, botánica y vida cotidiana.

Dificultad en la descifración de la escritura maya: La ausencia casi total de textos hizo que el proceso de descifrado fuera extremadamente largo y arduo, retrasando siglos la plena comprensión de esta civilización.

Alteración de la percepción histórica: La destrucción sistemática privó a la humanidad de una voz directa y auténtica de la civilización maya, llevando a menudo a una percepción reductora o exótica de su compleja cultura.

Trauma cultural indígena: Para los descendientes de los mayas, el acto de de Landa es aún hoy un profundo trauma histórico y cultural, símbolo de la violencia colonial y de la supresión de sus identidades.

Un legado contradictorio
A pesar del enorme daño causado, de Landa es también el autor de la "Relación de las cosas de Yucatán", una obra que, paradójicamente, es una de las fuentes primarias y más valiosas para el conocimiento de la civilización maya precolombina. Esto lo convierte en una figura doblemente significativa: un testigo clave y, al mismo tiempo, el artífice principal de la destrucción de una biblioteca entera de saber que nunca podrá ser recuperada. La historia de Fray Diego de Landa nos recuerda la importancia de preservar toda forma de patrimonio cultural.

*Board Member, SRSN (Roman Society of Natural Science)

 

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