Luego vinieron las mujeres. ¡Ah, las mujeres! Maravillosas, con sus cuerpos esbeltos y ojos oscuros y brillantes. Estaban dispuestas, sí, después de una sencilla ceremonia de cantos y danzas. Quizás pensaron que se convertirían en nuestras esposas, esposas de semidioses bajados del cielo. Éramos hombres, marineros, lejos de casa durante demasiado tiempo. Las noches eran cálidas, el aire impregnado de aromas desconocidos y la compañía era dulce, demasiado dulce para rechazarla. El viaje de regreso fue diferente. El mar estaba más agitado, las velas rasgadas, y dentro de mí, algo
comenzó a atormentarme. No fue de inmediato, pero en algún momento, allá en el Caribe, me apareció una extraña lesión en los genitales. Era una úlcera, nítida, casi como si hubiera sido esculpida. Y lo peor era que no dolía. Esto me aterrorizó más que cualquier dolor agudo. Una úlcera tan evidente, en una parte tan delicada, y sin embargo... silenciosa. Era contra natura. La tocaba, y era dura en la base, pero no sentía nada, solo un frío e inquietante entumecimiento. ¿Sería una maldición? ¿Un castigo divino por nuestras licencias? Intenté curarla con ungüentos improvisados, pero no sabía lo que era. Luego, después de algunas semanas, sin previo aviso, desapareció por completo. Di un suspiro de alivio, esperando que hubiera sido solo una mala fantasía,
fruto de mi cansancio. Ingenuo de mí. Llegamos a España, cansados pero eufóricos por el descubrimiento. Luego, después de unos días, la calma se rompió. Empecé a sentirme extraño, febril. Luego, una mañana, me desperté y me miré al espejo. Mi cuerpo estaba cubierto de extrañas erupciones cutáneas, manchas rojas y escamosas. Las vi en el torso, en los brazos, e incluso en las palmas de las manos y las plantas de los pies. No me picaban, pero estaban allí, atestiguando algo que no entendía. Era como si mi piel estuviera floreciendo de una manera horrible.
Llamé de inmediato al mejor cirujano de Palos, un hombre de gran experiencia con heridas y enfermedades de todo tipo entre los marineros. Lo hice venir a mi cabecera, le mostré las lesiones, le
describí la úlcera anterior. Me miraba con el ceño fruncido, escudriñando cada mancha, palpando las glándulas inflamadas. Movía la cabeza, murmurando para sí. "Nunca he visto nada parecido, señor Pinzón," me dijo, con voz incierta. "No consigo comprender esta... esta plaga. No conozco remedio." Fue un golpe tremendo, la conciencia de que ni siquiera los más sabios entre nosotros podían ayudarnos. Y no era el único. Muchos de mis compañeros, aquellos que habían compartido las noches y las alegrías con las mujeres de las Indias, sufrían los mismos problemas. Había un marinero que se quejaba de dolores en los huesos, otro que tenía úlceras en la boca. Una enfermedad extraña, que parecía insinuarse
en las profundidades del cuerpo. No tenía nombre, pero había llegado con nosotros, oculta en la sangre, desde las tierras recién descubiertas. Mi fuerza me estaba abandonando. La fiebre no me daba tregua, los dolores en las articulaciones se hacían insoportables. Lo que había comenzado como una pequeña y extraña señal, se había transformado en un tormento que me estaba consumiendo por dentro. Esta nueva plaga, que yo mismo había traído a mi patria, estaba apagando lentamente mi vida. Moriré aquí, en mi casa en Palos, pero el recuerdo de aquellas tierras y la enfermedad que me dio nunca me abandonarán.
Breve Explicación
El relato de Martín Alonso Pinzón hace referencia a la hipótesis colombina sobre el origen de la sífilis. Se cree que la enfermedad fue traída a Europa desde las Américas por los marineros de la expedición de Cristóbal Colón, y que luego se extendió rápidamente.
En el relato se describen las fases iniciales de la sífilis no tratada:
• Sífilis Primaria. Está representada por la úlcera en los genitales (sifiloma o chancro). Como se destaca correctamente, esta lesión es típicamente indolora y tiende a desaparecer espontáneamente después de algunas semanas. Esta característica a menudo hace que sea subestimada o no notada por el paciente.
• Sífilis Secundaria. Aparece semanas o meses después de la desaparición del sifiloma primario. Se caracteriza por una diseminación de la bacteria (Treponema pallidum) en la sangre, causando síntomas sistémicos como fiebre, malestar, dolores articulares y, sobre todo, una erupción cutánea difusa. Esta erupción a menudo no produce picor y puede afectar también las palmas de las manos y las plantas de los pies, como se describe en el relato. También pueden aparecer úlceras en la boca y agrandamiento de los ganglios linfáticos. La falta de conocimiento y de curas eficaces para esta "nueva" enfermedad en el siglo XV tuvo consecuencias devastadoras para muchos, incluidos, como sugieren las fuentes, el propio Martín Alonso Pinzón. Los "cirujanos" de la época no tenían las herramientas diagnósticas ni los tratamientos (como los antibióticos, que llegarían siglos después) para comprender o curar la sífilis.
* Board Member, SRSN (Roman Society of Natural Science)